“El Marro”, delincuente muy versátil, de huachicolero, narco, hasta taquero
Aparentemente los animales provenían de negocios legales. Pero en realidad eso nunca se supo, porque los negociantes no tomaban precauciones para conocer su origen. Durante años el Cártel de Santa Rosa de Lima incursionó en negocios poco sospechados. Su líder, José Antonio Yépez, el “Marro”, desde muy joven pasaba largas horas al lado de sus animales.
Era tanta su afición que en la finca donde lo aprehendieron —el pasado 2 de agosto— vivía entre gallos de pelea y caballos. Antes de eso, había tenido toros, cerdos y vacas que le fueron decomisados en el operativo “Golpe de Timón”. Óscar Balderas, periodista y experto en crimen organizado, asegura que el “Marro” invertía millones de pesos que obtenía del robo de combustible (huachicol), secuestro y extorsión en la compra de ganado fino.
Diversas investigaciones de la Unidad de Inteligencia Financiara revelaron que dichas adquisiciones las realizaba su hermano, Rodolfo Yépez Ortiz, a quien le encargaba caballos, vacas y toros desde el norte del país.
Las extravagancias del capo no tenían que ver con el amor a los animales, sino con convertir esa carne en cualquier cosa que le produjera dinero.
Debido a eso, el Cártel de Santa Rosa de Lima no solo compraba animales, también se dedicó al abigeato, es decir, al robo o apropiación ilegítima de ganado. El método era simple: se presentaban ante un criador y le exigían una cuota de extorsión impagable. Para que no hubiera duda de su crueldad, a veces tocaban la puerta con el cadáver de algún animal del rancho.
Entonces, la víctima suplicaba por otra alternativa de pago, y los criminales le ofrecían pagar en especie: con sus animales.
De acuerdo con cifras oficiales, la organización criminal del Marro elevó a Guanajuato al sexto lugar nacional en robo de ganado, quebrando las finanzas de familias enteras que perdían en cada animal hasta 80 mil pesos.
Pero el final de los animales no era menos terrible que el de las familias. Balderas detalla que el ganado era llevado a rastros ilegales en el Bajío, donde lo molían o lo usaban para que jóvenes sicarios aprendieran a decapitar.
Luego de pasar por el matadero, la carne de los animales era adquirida por los vendedores de comida. De este modo, taqueros, cocineros y restauranteros se convertían en sus clientes. Miles devoraron la carne en los puestos callejeros, pero también en los restaurantes de las zonas más caras y exclusivas del estado.
En los años de libertad del “Marro” numerosas taquerías de Guanajuato fueron atacadas presuntamente por miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación. En marzo pasado, se registró el incendio de tres automotores que funcionaban como puntos de venta de la empresa “Tacos Emilio”.
En el municipio de Celaya, dichas taquerías tienen una sólida reputación, lo que le ha permitido a los propietarios incursionar en otros giros como la venta de autos seminuevos. Se dijo que Juan Miguel, alias “Emilio Tacos”, uno de los herederos de la cadena de comida, formaba parte del Cártel de Santa Rosa de Lima; sin embargo, cambió de bando, pasando a formar parte del CJNG.
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