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«El June» el capo del Cártel del Golfo que compró la protección y simpatía de su pueblo

Gilberto García Mena, «El June», era considerado el segundo líder del cártel del Golfo, es la historia de un hombre que con su dinero compró a este pueblo.

Y que al remediar muchas carencias sociales construyó su propio altar.   Los pobladores de este pequeño lugar, de apenas 300 habitantes, han preferido mitificar a «El June», aprehendido el 9 de abril del 2001 . Gilberto García se convirtió en el benefactor único de todo lo que se mueve aquí.

Entre las callejuelas de tierra y casas a medio levantar, destaca una propiedad de «El June» contracción de «junior» con pilares de estilo griego, grandes cúpulas, adornada con una puerta de caoba y cristal biselado, con alberca e incrustaciones de oro.

Las historias que se recogen de García Mena son las de un ser generoso. Sin embargo, el historial delictivo de este narcotraficante se finca en que fue ladrón de autos y por eso lo arrestaron en 1989; que, estando preso en Topo Chico, Monterrey, contactó al cártel del Golfo; que fue burrero antes de ser operador de Osiel Cárdenas.

Pese a todo ello, en Guardados de Abajo pueblo que hoy infunde temor entronizan a «El June». Una mujer enfurecida con el arresto del capo se pregunta: «¿Y ahora qué vamos a hacer?».

Y un anciano del lugar comenta: «Si no nos regresan al June, van a tener que borrar a este pueblo del mapa».

Desconocido virtualmente para todos los mexicanos, el nombre de Gilberto García Mena, «El June», surgio de la nada. Se le atribuye ser un narco muy poderoso. Un sucesor de Juan García Ábrego. Quién sabe. Lo que sí es cierto es que «El June»  supo comprar a los habitantes de Guardados de Abajo, un pueblo de no más de 300 habitantes, ubicado en el norte de Tamaulipas. Se convirtió en el benefactor único de todo lo que se mueve aquí. Por eso casi lo mitifican. Todos se convierten en cómplices, empleados, guaruras, gatilleros. Guardados de Abajo es el pueblo de «El June», un lugar que da miedo El oscuro cristal de la ventanilla de esa pick up azul desciende de súbito. El conductor estira el brazo; tensa los músculos. Sus dedos índice y pulgar forman un arco que en segundos se convertirá en un revólver imaginario. Basta mirar la insana expresión de sus ojos, o los orificios causados por impactos de bala en la lámina de la camioneta, para saber que aunque parece estar jugando, este tipo es de los curtidos en balaceras, de los que están acostumbrados a ver de cerca la muerte.

Ahora sus falanges nos apuntan. Al menos le acertaría a la roja lámina del rojo Golf en que viajamos. La mira que este hombre de barba espesa tiene es privilegiada: se encuentra estacionado, con el motor encendido, sobre una montecillo en la entrada-salida de este pueblo.

En otras circunstancias, una pistola simulada, de carne y huesos, no tendría por qué preocupar; sería un juego. Sin embargo, estamos en los terrenos de Gilberto García Mena, «El June», uno de los tantos operadores del cártel del Golfo. Y ese que nos apunta, que aprieta los dientes al vernos, era, es gatillero del presunto narcotraficante, según dicen múltiples voces en este pueblo. Y entonces tuerce el pulgar, como si quitara el seguro de la pistola. Y luego dobla el índice, como si jalara del gatillo. Después escupe. El negro cristal se eleva. Aúlla el motor de la pick up . Rechinan los frenos. Se pierde entre los nubarrones de polvo.

Uno quisiera que no lo invadiera una ráfaga de miedo, de desamparo, pero desde la llegada a Guardados de Abajo, desde que el Golf se abría paso entre las solitarias calles de este poblado de no más de 300 habitantes, el temor nos dio la bienvenida.

Primero fue aquel tipo de ropas deshilachadas y capas de suciedad que no dejaba de hacer gestos quién sabe a quién, y que parecía disfrutar al perseguirnos en su destartalada bicicleta. Algunos habitantes dicen que está loco, ido ; entonces, por el bien de todos, deberían de quitarle la navaja suiza que trae colgando.

Después, el otro individuo, enjuto, que nos miró sin perder detalles, recargado en la primera casa del pueblo, en la entrada, la que hasta antes de ser incautada por la PGR, pertenecía a Octavio García, el delegado municipal, uno de los 21 pobladores detenidos por sus presuntos nexos con el narcotráfico. El mismo Octavio García que colocó cámaras de circuito cerrado para vigilar cualquier movimiento.

Luego todas esas trocas, de vidrios polarizados que pasaban al lado, despacio, para luego arrancar con coraje.

Más tarde, ese regordete hombre de rígidas líneas en el rostro a quien le preguntamos por dónde estaba la iglesia y respondió acariciando una escuadra encajada en la cintura.


O todas esas sombras que se asomaban por las ventanas.

Serpentea el Golf por estas tierras que en los inviernos parecen morir y en las primaveras resucitan, como ahora. Todo ese sorgo y maíz son de un verde profundo, tanto que no dejan ver al alborotado río Bravo, esa natural división fronteriza que le restriega a todos estos pueblos su condición de jodidos, de malas copias de Mac Allen o Sullivan City, de pobres imitadores del mall , el shooping y las drug stores .

Ahí va, pues, el Golf, entre las callejuelas de tierra reventada por el sol, entre casas a medio levantar, hechas a mano, huacales de adobe con gordas gallinas y perros. Contrastan con esa docena de notorias residencias. Notorias por la confusión de gustos y estilos, por que tienen todos los rasgos del art narcó . Como esa que asemeja una mezquita árabe, y cuya propiedad se le atribuye a un familiar de «El June», o Yun, como llaman por estos lares a los primeros hijos; o sea, «June» es una mala contracción de «junior».

O como aquella otra con forma de castillo de fábula: era de Juan de Dios Hinojosa, «El Mocho», el brazo derecho de «El June». Combinaciones, pues, forjadas con trozos de malos gustos.

¿Y aquella es la casa de «El June» ?susurra el corresponsal de este diario, Francisco Rojas, envuelto por los 36 grados que calcinan al auto, por el aire que es vapor caliente.

Y, sí, ahí está la niña no tan bonita del pueblo. La casa de «El June». Ahí donde los militares lo encontraron en un escondite.

A la casa la vistieron de un chillante violeta, le pusieron pilares que imitan el estilo griego, le colocaron cúpulas, la adornaron con una puerta de caoba y cristal biselado, la maquillaron con una alberca e incrustaciones de oro, con una fuente que asemeja una cascada, con bancas de madera que bien podrían ser de una iglesia, con sillas diseñadas sobre raíces de nogales. Con todo lo que cruzó por su mente.

Un pueblo, pues, que en las películas sobre narcos bien podría hacer casting .

En Guardados de Abajo han preferido mitificar a «El June».

«Era un hombre con un corazón de oro, casi un ángel», ataja María del Carmen Garza, una mujer que vive en cuartucho, pero trae un colmillo de marfil con tres letras grabadas en oro.

Y como aquí todos son parientes ?los apellidos García, Mena, Garza, Amaro, Guerra se combinan para crear parentela sobre parentela? las historias que uno recoge de «El June» son, obviamente, las de un santo.

Entonces cuentan: Que ayudaba a los enfermos, los llevaba al hospital o les compraba medicamentos. Como a don Esteban Garza, un hombre de andar vacilante y respiración agitada, a quien le dio una embolia. «El June» en persona lo llevó a una clínica de Reynosa.

Que era como un padre para los necesitados. Como en el caso de Juan Hinojosa, un niño que fue atropellado gravemente. Sobrevivió y «El June» se convirtió en una especie de tutor.

Que tenía centenares de hectáreas para sembrar sorgo y maíz y muchas vacas. «Por eso es una locura eso de que era narcotraficante, sólo era ganadero y agricultor».

Que reclutaba a los habitantes de todos los pueblos a la redonda para cultivar lo que fuera o para ser parte de su séquito protector.

Que construyó el kinder.

Que regalaba juguetes en Navidad.

Que pagaba los velorios.

Que para Semana Santa iba a llevar de paseo a varios.

En resumen: el retrato de un hombre que con su dinero compró al pueblo, que al remediar las carencias sociales construyó su propio altar.

«¿Creen que con todas esas buenas obras, rescatando a la gente de la muerte, iba a matar a todos esos que dice la policía, se iba a dedicar al narco?», sale a la defensiva Reyna Amaro. «No, jóvenes, los medios están inventando».

«¿Y ahora qué vamos a hacer?», interviene María del Carmen, esa a la que enfurece el arresto de Gilberto, la que acusa a los militares de haber entrado a todas las casas para desordenarlas, esa de las pocas que no se unieron a la diáspora del miedo. Con «El June» teníamos todo, medicinas y comida. Ahora que venga el Fox y nos dé el dinero que nos arrebató.

Bien dirá este anciano con artritis, dueño del minisuper del pueblo: «La soledad anda vagando por aquí, la gente se fue. Si no nos regresan a El June, van a tener que borrar a este pueblo del mapa».

Sí, podemos hablar. ?El June? ya no es un tema prohibido, antes sí.

Este agente ministerial es bastante serio como para fantasear. Es uno de los pocos funcionarios que no fueron arrestados por sus presuntos nexos con el narcotraficante, como el general Ricardo Martínez Perea, el capitán Pedro Maya y el teniente Javier Quevedo.

Se le comenta lo que se dice de «El June»: que fue ladrón de autos y por eso lo arrestaron en 1989; que estando preso en Topo Chico, Monterrey, contactó a gente del cártel del Golfo; que fue burreroantes de ser operador y brazo de Osiel Cárdenas, uno de los líderes de este grupo; que le acreditan 15 homicidios, entre ellos el de Jaime Rajid, comandante de la Judicial Federal de Reynosa.

Hace un par de años lo detuve cerca de Camargo. Venía en una Cherokee, tirando bala. Y que me apuntan todos sus malandrines. Bien amable me dijo que era ?El June?. Y namás le di la mano y le desee buen viaje. Ya para ese tiempo era un cabrón bien hecho, robar autos lo curtió. No soy culo, pero tampoco quería ser héroe.

No, aquí no puedes arrestar a cualquiera. De allá arriba te están chingando para que los sueltes. Que lo ordena el comandante, que lo ordena el general. Así me pasó con uno de su gente. Me dijeron: ¡Pendejo, es escolta de "El June", suéltalo¡. Y pues no quería amanecer agujerado. Eso no quiere decir que uno esté comprado, es pensar en la vida.

?El June?no era de los bravucones a los que te les quedas viendo y ya te quieren rafaguear. De hecho, en los asesinatos que se le imputan sólo era como el cerebro. Siempre quería que todo estuviera tranquilo, no le convenía que hubiera ejecutados y desmadres.

Claro que era narco y mañoso. Ayer platicaba con uno de sus ex burreros. Me dijo que a muchos nunca les pagaba los 200 dólares que prometía por pasar la droga al otro lado. Tampoco los ayudaba a salir de la cárcel cuando los agarraban.

¿Osiel Cárdenas? Sí, se oye hablar de él, que ?El June? era como su chalán. Pero dicen que ahora el bueno es ?El Azul?, José Esparragoza. Sabrá Dios. Esto ya es una pinche mezcla de narcos, de funcionarios y de militares.

Uno vaga por las calles de Guardados de Abajo y el miedo no se va. Son entendibles los espasmos que empiezan en el estómago y se extienden por todo el cuerpo. ¿Paranoia? Puede ser. ¿Así se le puede llamar a esa negra camioneta que nos seguirá cuando abandonemos el pueblo? Tal vez sólo sea coincidencia el que vaya adelante sin dejarse rebasar.

¿Paranoia? Entonces es común. Decían reporteros y policías allá en Reynosa, a 73 kilómetros de este pueblo: «Mejor ni vayan, la gente es respetuosa pero ahorita está dolida y disparan». «Ya se fue el Ejército, ahora sí cuídense de los gatilleros, están regresando poco a poco.

«Bueno, allá ustedes, ojalá regresen vivos.»

La sentencia

El juzgado tercero de distrito de procesos penales federales, con sede en Toluca, estado de México, sentenció a 54 años y nueve meses de prisión a Gilberto García Mena, El June, uno de los principales lugartenientes del cártel del Golfo, y dictó penas de entre 19 y 33 años de reclusión a cuatro coacusados del narcotraficante por delincuencia organizada, acopio de armas de uso exclusivo del Ejército, Armada y Fuerza Aérea, y contra la salud.