Recientes:

VIDEO: RECORDANDO a DON ALEJO":EL "VIEJON" que MURIO DEFENDIENDO su RANCHO de los Zetas

A propósito de alguien que había fallecido recientemente, Alejo Garza Tamez le dijo a su esposa Leticia Torrijos: "Hay gente que se muere y no hay quién se acuerde de ellos".

Atareada en sus quehaceres, Leticia le respondió: "Bueno, pero también hay gente que pasa a la historia".

"¿Tú crees?", le preguntó el hombre.

"Claro", contestó, "por sus hechos, por cómo fueron en vida".



Esto pasó un mes antes de que Alejo fuera asesinado en su rancho en Padilla, Tamaulipas, entre el 13 y 14 de noviembre del 2010.

Otro día, el empresario y ganadero le dijo a su esposa que, tras su muerte, ella recibiría determinado bien.

"No me interesa", le dijo de inmediato. "Me interesas tú, nada más".

Hoy, a Leticia no le queda duda que algo, por lo menos en el último mes, pasaba por la mente de su esposo, el mismo que, apenas unas semanas atrás, hablaba optimista del futuro juntos.

"Marcelita ya se casó y Ale no tarda", le dijo Alejo sobre sus dos hijas. "Ya sabes: Tú para mí, yo para ti".

"Claro, mi amor", le respondió cariñosa su esposa. "Si soy la más feliz a tu lado".

El 17 de julio de ese 2010, Alejo cumplió 77 años. La vida le sonreía: las 3 mil hectáreas de su rancho ganadero San José, llamado así en un honor de su padre, era muy productivo, lo mismo que la maderería El Salto, de su familia, y una línea de tráileres; Marcela, su hija mayor, estaba por primera vez embarazada, y él y su esposa, y su hija menor Alejandra, vivían felizmente en su casa de Monterrey.

Alejo estuvo casado anteriormente y tuvo cinco hijos. A Leticia, vecina de la Colonia Paraíso y con estudios de contaduría, la conoció en los 70 en una refaccionaria en la que ella trabajaba. 

"No había otro hombre como él de bueno, cariñoso, buen hijo, buen esposo", comenta. "Me gustaba que era muy respetuoso, que tenía palabra. Decía: 'Cuesta mucho ser hombre'".


Leticia vio nacer San José desde que Alejo se hizo de las tierras. Para el penúltimo de los siete hijos de Olivia Tamez Silva y José Francisco Garza González era un sueño tener un rancho propio, que veía como un fruto de décadas de trabajo desde que debió abandonar la primaria para trabajar en el aserradero de la familia, cuyo origen es la comunidad Lazarillos, en Allende.

"Hay calles en Lazarillos que llevan el nombre de tíos, abuelos", comenta Alejandra. "Toda la familia era muy querida y respetada en Allende".

Leticia entendió pronto que aquel paraíso para el ganadero era tan importante que no vio problema en pasar su primera noche de casados en el rancho, antes de su viaje de luna de miel, debido a que Alejo debía ir a pagar sueldos y supervisar el alimento de los animales.

"Es una casita muy sencilla", le dijo Alejo, "no tiene comodidades".

"Contigo voy a donde sea", le sonrió. Y así empezaron la vida juntos.

Alejo trabajaba de lunes a domingo. El rancho, poblado de toros, vacas, caballos, borregos, becerros, gallinas, pavorreales y gansos, y conformado por sembradíos y 13 presas, incluida la colindante a la Vicente Guerrero, le exigía presencia y atención diarias, por lo que era común irse desde el viernes con la familia para descansar y supervisar.

"¿Por qué no vendes el rancho?", le preguntó una vez su esposa cuando empezó a ver que su marido envejecía, aunque carecía de achaques y era inquieto.

"¿Quieres que me muera? Claro que no", respondió el experto cazador y aficionado a la pesca deportiva, como se puede ver en el documental "El valiente ve la muerte sólo una vez", de Diego Osorno, en el que se echa mano de un porcentaje mínimo de las decenas de horas de grabaciones caseras que Alejo realizó desde los 80, y que contienen la memoria íntima de un hombre honesto y trabajador, dedicado a la familia, los amigos, el campo y su rancho.

Acaso los únicos viernes en los que el empresario no fue en su vida a San José fueron cuando nacieron sus hijas, el 13 de marzo y 13 de mayo, y que crecieron felices a la luz de aquel hombre cariñoso, pero firme, que ante la ola de violencia que empezó a crecer en aquellos años no dudaba en decir: "Antes de que me quiten el reloj o la camioneta me voy a llevar a tres o cuatro por delante".

El viernes 12 de noviembre del 2010, Alejo se alistaba para irse al rancho. Curiosamente no le pidió a Leticia que lo acompañara, lo que usualmente hacía.

Por la mañana del sábado, ella habló con él: "Te voy a decir una cosa", le dijo en un tono que recuerda extraño. "Te quiero mucho. Lo sabes, ¿verdad?".

"Yo también, claro que lo sé", le dijo.

"Te voy a llevar mañana de lo que preparé de comer".

Volvieron a hablar por la tarde y quedaron en telefonearse nuevamente el domingo por la mañana. La última en hablar con él ese sábado fue Marcela.

"Platicamos, me dijo que ya se iba a acostar. En lo personal no lo noté nervioso, preocupado", comenta. "Para mí no hay tal versión de que estaba amenazado, preparando armas. Yo lo conocía a la perfección, notaba los cambios en su voz".

La llamada del domingo no llegó, ni tampoco las que se hicieron a su teléfono. Fue a través de un familiar que se encontraba con Leticia y las muchachas, y que tenía en la línea a alguien de la Marina, que se enteraron del asesinato de Alejo a manos de delincuentes.

Poco a poco la familia fue informada sobre lo que se conoce hasta ahora: un grupo fue a exigir el rancho y el empresario se defendió a tiros. Un familiar cercano al lugar contó que esa noche, al escuchar estruendos, alcanzó a mirar desde una loma lo que había en el Rancho San José: muchas camionetas y "llamaradas".

De acuerdo con el parte de la Marina a los familiares, al llegar encontraron cuatro delincuentes muertos, dos heridos y a Alejo sin vida al interior de la casa. Lo hallaron en el baño, en ropa de dormir, con dos rifles y una pistola al lado. Otros criminales habrían huido.

El cuerpo llegó a Capillas del Carmen hasta el lunes por la noche. Le aconsejaron a Leticia que no abriera el féretro, debido a la refriega, pero ella insistió: su marido se veía intacto, apenas con un golpe pequeño en la nariz debido a la caída que sufrió al recibir los disparos en la cabeza y el tórax que acabaron con su vida.

Hasta una semana después, precisamente el 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana, se difundió la historia, basada en fuentes sin identificar, de que Alejo había sido advertido el sábado 13 de que entregara su rancho en 24 horas, a lo que se negó y dispuso su defensa: les dio salida a sus empleados y durante la noche dispuso armas de cacería en distintos sitios de la casa para recibir a los delincuentes, quienes llegaron durante la madrugada del domingo 14 y lanzaron una ráfaga al aire en señal de advertencia.

Don Alejo respondió con disparos y, después de un intercambio en el que fueron alcanzados algunos delincuentes, otros lanzaron granadas a la casa y pudieron ingresar así para quitarle la vida al empresario.

Todo esto lo habría dicho alguno de los delincuentes heridos, de los que se desconoce su destino, así como el de los muertos o de los que huyeron. Y, si no fueron aquellos, fue entonces un relato manejado con sensacionalismo.

La leyenda en torno a Alejo tomó por sorpresa a la familia: ninguno tiene la certeza de que el hombre hubiese sido amenazado, tampoco que les diera la salida a sus trabajadores, dado que el único que estaba ahí de fijo era el encargado del rancho y descansaba entre sábado y domingo. De hecho, le pidió cigarros para el día siguiente.

"No nos consta nada, nunca nos dijeron nada", afirma Leticia.

Les sorprendió escuchar que estuvo preparándose durante la noche para repeler el ataque, poniendo armas en la casa, porque, además de que se puso pijama, tenía armas a la mano: siempre dormía con dos al lado. Piensan, más bien, que fue un ataque inesperado y que Alejo se defendió como era de esperarse. La familia no conoce a alguien que les haya ratificado la versión de que Alejo recibió una amenaza 24 horas antes y que se preparó para la defensa. En todo caso, si la hubo, la amenaza de la delincuencia vendría de más atrás.

El reporte indica que hubo casquillos de balas de cacería al interior de la casa, lo que confirma que Alejo, como decía, se llevó "a tres o cuatro por delante" ante una agresión. No hubo investigación y, como buena parte de los crímenes, está impune. 

Los delincuentes, sin embargo, no se quedaron con el rancho, que finalmente la primera familia de Alejo vendió, pero sí le robaron su Rolex, un anillo y una cadena de oro que tenía consigo.

Ante la impunidad, nació la leyenda: películas, corridos, historietas. 

Dice Alejandra: "Siempre hemos dicho que la verdad se la llevó mi papá, pero a la vez sabemos que esa era su naturaleza, que era un tirador de primera y que nadie le iba a quitar nada, porque es un hecho que propiedades de otras personas de la zona fueron arrebatadas en ese tiempo".

Marcela agrega: "Me duele bastante y jamás lo olvidaré. Era mi superhéroe y me queda claro que, si se dieron así las cosas, luchó hasta el final".

La familia recuerda todo el tiempo a Alejo: sus frases, en los ojos y maneras de los nietos, en comentarios de una sociedad que, ante ejemplos por doquier de ausencia de justicia, enaltece la decisión y arrojo del empresario y cazador.

Y porque sí, es cierto: hay gente que pasa a la historia. Por sus hechos, por cómo fueron en vida.